Uno de los aspectos más difíciles de las enfermedades neurodegenerativas es su carácter crónico y la inexistencia de una cura definitiva. Es el caso de la enfermedad de Parkinson, que se caracteriza por retraso psicomotor, rigidez, temblores y alteración de la marcha. Se trata de la enfermedad neurodegenerativa más frecuente después de la enfermedad de Alzheimer y afecta principalmente a personas de la tercera edad. Su aparición es gradual y su evolución, progresiva. Aunque actualmente existen tratamientos que permiten mitigar los síntomas, la enfermedad sigue siendo incurable. Por ello, se habla de un tratamiento sintomático, orientado a mejorar la calidad de vida del paciente.
Existen diferentes estrategias para controlar la enfermedad de Parkinson. Una de las principales es el tratamiento farmacológico. La doctora Almudena Sánchez, neuróloga del Hospital Clínic Barcelona, señala: “Los fármacos pueden mejorar mucho la calidad de vida, la independencia y la autonomía, pese a que no haya un tratamiento curativo”. Sin embargo, este abordaje no es recomendable en fases iniciales y si la enfermedad no afecta la funcionalidad del paciente. Cuando se considera necesario, el tratamiento se inicia con dosis bajas y se ajusta de forma progresiva para asegurar una buena tolerancia. Además, se personaliza en función de las necesidades específicas de cada persona. Para tratar los síntomas no motores, también se recurre a medicamentos específicos: laxantes para el estreñimiento, anticolinérgicos para los trastornos urinarios, y antidepresivos cuando hay depresión o apatía, entre otros.
Los fármacos pueden mejorar mucho la calidad de vida, la independencia y la autonomía, pese a que no haya un tratamiento curativo
El tratamiento que se mantiene de forma constante a lo largo de la enfermedad es el no farmacológico. Consiste en adoptar hábitos de vida saludable, como una dieta mediterránea, hacer ejercicio físico con regularidad y mantener una adecuada hidratación. También incluye intervenciones específicas, como la logopedia, en pacientes con alteración del habla o de la deglución, o la estimulación cognitiva. Además, algunos pacientes pueden desarrollar déficits vitamínicos, que pueden corregirse mediante suplementos nutricionales. Si a pesar de seguir estas indicaciones y de recibir tratamiento farmacológico, la evolución de la enfermedad no mejora de forma significativa, se valora la posibilidad de terapias quirúrgicas.
Entre las opciones terapéuticas más avanzadas se encuentran la neurocirugía funcional –concretamente, la estimulación profunda– y las infusiones continuas de medicación. Aunque la cirugía no está indicada en pacientes mayores de 70 años ni en aquellos que presentan alteraciones cognitivas o trastornos psiquiátricos activos, puede ser el tratamiento más eficaz cuando el paciente es correctamente seleccionado. Los efectos adversos graves asociados a esta intervención son poco frecuentes: menos del 1% de los casos presenta sangrado cerebral derivado de la inserción de los electrodos. También pueden producirse cambios en la conducta, que requieren un seguimiento especializado. En cambio, los tratamientos farmacológicos suelen ocasionar más efectos secundarios a lo largo del tiempo.
Ana Cámara, enfermera del Hospital Clínic Barcelona, explica que “al inicio del tratamiento es habitual tener molestias gástricas o náuseas”. Estos efectos se suman a otros como las alucinaciones, más frecuentes en pacientes de edad avanzada o con deterioro cognitivo previo. Algunos fármacos pueden provocar fluctuaciones motoras –variaciones en la movilidad a lo largo del día– y movimientos involuntarios. “Otros síntomas, sin embargo, como la ludopatía o la hipersexualidad, deben consultarse con el equipo asistencial”, añade Cámara. Estos comportamientos forman parte del descontrol de impulsos y se observan con mayor frecuencia en pacientes jóvenes, especialmente en aquellos con antecedentes de adicciones.
Aunque son poco frecuentes y, en general, se pueden tratar, también pueden surgir complicaciones agudas relacionadas con ajustes en la medicación, ya sea por aumento o por reducción de la dosis. Entre ellas se encuentran el síndrome de hiperplexia –una forma de parkinsonismo desencadenado por disminución de la medicación–, la falta, pérdida o cesación del movimiento agudo, los episodios de movimientos involuntarios severos, o síndrome de abstinencia de los agonistas dopaminérgicos, que puede aparecer al interrumpir de forma brusca este tipo de fármacos.
Recomendamos un estilo de vida saludable, sobre todo que no se aíslen, que continúen con una vida activa con sus amigos y familiares
“Hay muchas líneas de investigación, tanto para encontrar cuál es la causa de la enfermedad como dirigidas a tratamientos que puedan modificar su curso”, explica la doctora Sánchez. Una de las más prometedoras es la terapia génica, actualmente en fase experimental, que consiste en reemplazar el gen enfermo de un paciente por una versión funcional. En el contexto de las enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson, esta estrategia abre nuevas posibilidades. Más allá de paliar los síntomas, la terapia génica puede ayudar a restaurar el equilibrio de los neurotransmisores alterados y favorecer la supervivencia neuronal. Sin embargo, por el momento, estas terapias aún no están listas para su aplicación clínica generalizada.
Para sobrellevar la enfermedad de Parkinson, es fundamental contar con una sólida red de apoyo social y emocional. La enfermera Cámara subraya: “Recomendamos un estilo de vida saludable, sobre todo que no se aíslen, que continúen con una vida activa con sus amigos y familiares”. A pesar de ser una enfermedad desafiante debido a sus síntomas, el Parkinson no es necesariamente debilitante, y con un buen manejo, no reduce la esperanza de vida.