Cuando pensamos en espías, enseguida imaginamos a James Bond o a los personajes de John le Carré. Pero en los años más tensos de la guerra fría la realidad no estaba tan lejos de la ficción. No en vano, autores como Ian Fleming, Le Carré o Graham Greene trabajaron para los servicios secretos británicos.
Aunque los espías existen desde siempre, las agencias de inteligencia modernas nacieron a principios del siglo XX. El enfrentamiento entre bloques tuvo su semilla en la revolución bolchevique. Lenin y Stalin estaban convencidos de que Occidente intentaría derrocarlos, y aunque no hubo planes sólidos, sí existieron intentos aislados. En 1917, Lenin fundó la Cheka, que al poco tiempo desarrolló una rama de espionaje exterior. Tras sucesivos cambios, esta acabaría dando lugar al KGB.
Los británicos habían creado su propio servicio en 1909, pero en los años veinte contaban con pocos medios. Peor aún era la situación en Estados Unidos, donde en 1929 el secretario de Estado Henry Stimson cerró su primer servicio de criptoanálisis alegando que “los caballeros no leen el correo ajeno”.
Desde luego, ni Lenin ni Stalin compartían ese código. Las delegaciones comerciales soviéticas en Londres y EE. UU. sirvieron para infiltrar espías. Los británicos lo sabían e interceptaban comunicaciones, y los soviéticos respondieron con desinformación y mejores sistemas de encriptación.
Durante la Segunda Guerra Mundial, con la invasión nazi, Stalin se unió a los aliados. Fue el momento de grandes operaciones como el descifrado de la máquina Enigma, la operación Zeppelin o el sistema de “doble cruz” del contraespionaje británico. También destacó Joan Pujol “Garbo”, el español que engañó a los nazis desde Londres.
Tras la guerra, Occidente pasó por alto la amenaza soviética. Stalin, sin miramientos, colocó micrófonos en la Conferencia de Yalta. Pero el mayor golpe vino de dentro: cinco británicos simpatizantes del comunismo infiltrados en las altas esferas llevaban años pasando información a Moscú. Eran cultos, aristócratas, inverosímiles como espías. Blunt, Burgess, Cairncross, MacLean y, sobre todo, Kim Philby, quien irónicamente fue condecorado por Franco en 1938 durante su infiltración en la Guerra Civil.
Para saber más, Isabel Margarit y Ana Echeverría Arístegui recomiendan el ensayo Espías. La épica guerra de inteligencia entre el Este y el Oeste, de James Calder Walton (Salamina, 2024). Y quien viaje a Londres puede visitar hasta el 28 de septiembre la exposición MI5: Official Secrets, en los Archivos Nacionales del Reino Unido, con documentos y gadgets reales.
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